Publicado en el diario La Vanguardia el día 1 de julio de 2015
La educación puede ser la clave para acabar con la pobreza en el 2030. Esta era la frase que citaba el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, en la presentación, hace pocos días, del Fórum Mundial de la Educación en Corea. Allí se aprobó el nuevo plan de acción para la educación en el mundo que se extenderá durante los próximos quince años. Sin duda, la educación es la principal herramienta de cualquier sociedad para crecer y desarrollarse, para favorecer la igualdad de oportunidades, para hacer efectivo el ascensor social y para combatir la pobreza. En este contexto, un dato preocupante nos indica el porcentaje irrisorio que la ayuda humanitaria dedica a proyectos de fortalecimiento de la educación.
El informe Education for All 2000-2015: Achievements and Challenges de la UNESCO muestra con detalle cuáles han sido los progresos en estos años. Una cantidad de datos que nos informan de un desarrollo desigual, con claros avances pero también con graves déficits. Por ejemplo, se ha conseguido reducir a la mitad el número de niños y adolescentes sin escolarizar desde el 2000. A pesar de ello, en el mundo hay todavía 58 millones de niños sin escolarizar y otros 100 que no finalizan la educación primaria, con un aumento de la desigualdad. Debemos felicitarnos por disponer de este tipo de informes: consolidan una fuente de datos relevantes para el seguimiento de la educación y las políticas educativas. Así y todo, encontramos vacíos que se deberían revisar. Por ejemplo, una visión todavía excesivamente cuantitativa, con escasa evaluación de los impactos de la educación en el progreso social y económico. Asimismo, una débil atención al factor determinante de cualquier sistema educativo: el profesorado y su capacitación. Sorprende enormemente también la poca valoración del potencial de las nuevas tecnologías para extender la educación formal y no formal en todo el mundo, cuando se nos muestran como una palanca de cambio extraordinaria. Asimismo, el informe no analiza el desarrollo de la educación superior en los distintos países, cuando ésta genera sociedades más desarrolladas, más democráticas y con mayor calidad de vida. Y también la escasa valoración de la formación profesional o todas aquellas vertientes que interrelacionan formación y mercado de trabajo.