Artículo publicado en El País-Planeta Futuro el 9 de julio de 2015
La educación tiene un poder transformador enorme. En ello estamos todos de acuerdo: expertos académicos, organismos internacionales, gobiernos, ONGs. Extender la formación en todas sus etapas y vertientes facilita el progreso individual y el colectivo y el combate contra la pobreza; promueve el desarrollo económico, la vitalidad cultural y la calidad de vida; favorece la cultura política de las sociedades y la democracia. En este sentido, ¿cuál es la situación de la educación en el mundo, especialmente en los países en vías de desarrollo?
El año 1990 se celebró la Conferencia Mundial de Educación para Todos con el apoyo de la UNESCO, el PNUD, la UNICEF y el Banco Mundial (http://www.unesco.org/education/pdf/JOMTIE_S.PDF). Su propósito principal: extender la educación primaria en el mundo y reducir drásticamente el analfabetismo. Diez años después, en el 2000, 164 gobiernos del mundo se reunieron en Dakar y ratificaron el compromiso de alcanzar una Educación para Todos desde entonces y hasta el año 2015
(http://www.unesco.at/bildung/basisdokumente/dakar_aktionsplan.pdf). La agenda marcaba para ese periodo seis grandes objetivos, entre ellos extender y mejorar la protección y educación integrales de la primera infancia (especialmente para los niños más vulnerables y desfavorecidos), favorecer en todo el mundo un acceso a la enseñanza primaria gratuita y obligatoria de calidad, aumentar el número de adultos alfabetizados en un 50% (en particular de mujeres) y mejorar los aspectos cualitativos de la educación en el mundo.
¿Qué valoración podemos hacer de estos quince años? ¿Hasta qué punto se ha extendido la educación básica en el mundo? ¿Con qué parámetros de calidad? Un reciente y extenso análisis sobre estas cuestiones lo encontramos en el informe de la UNESCO Education for All 2000-2015: Achievements and Challenges
(http://unesdoc.unesco.org/images/0023/002322/232205e.pdf). En primer lugar, debemos felicitarnos por el hecho de disponer de este tipo de informes. Poder contar con indicadores de referencia, datos objetivos e información extensa es muy necesario, aún más cuando hablamos de un fenómeno complejo como la educación y las políticas educativas en el mundo. Este tipo de información es útil para los académicos y analistas, pero extremadamente necesaria para los gobiernos de los países en vías de desarrollo y los propios organismos internacionales que trabajan a escala global. Personalmente soy crítico con algunas de las iniciativas que ha promovido la UNESCO, sobre todo debido a su lentitud y su excesiva burocracia, pero en el caso de este informe es obligado reconocer un excelente trabajo durante los últimos quince años.
Los resultados de la extensión de la educación en el mundo son dispares y el alud de información puede llegar a saturarnos. Se trata de una cantidad ingente de datos que nos informan de un desarrollo desigual, con claros avances pero también con graves déficits. Por ejemplo, la disminución a la mitad de los niños y adolescentes sin escolarizar desde el año 2000, con un avance muy significativo en la educación primaria. Sin embargo, en el mundo todavía hay 58 millones de niños sin escolarizar (y la tendencia a la reducción se ha estancado) y 100 millones que no terminan la educación primaria. Alrededor de 781 millones de adultos son analfabetos (de ellos, un 64% son mujeres). La tasa de analfabetismo registró un leve retroceso, del 18% al 14% en estos quince años y, por tanto, se sitúa muy lejos del objetivo planteado de reducirlo a la mitad. En conjunto, solo un tercio de los países ha alcanzado todos los objetivos educativos medibles.
Un dato preocupante nos indica el porcentaje irrisorio que la ayuda humanitaria dedica a proyectos de fortalecimiento de la educación; así, por ejemplo en 2013, del volumen total de la ayuda humanitaria, solo el 2% se asignó a proyectos educativos.
El Informe se basa todavía en una visión excesivamente cuantitativa (número de matriculados, porcentajes de escolarización, recursos destinados) con escasa evaluación de los impactos de la educación en el progreso social y económico. Se deberían impulsar, en esta línea, estudios específicos que interrelacionen formación y mercado de trabajo o formación y progreso económico y social.
Se observa una débil atención al factor determinante de cualquier sistema educativo: el profesorado y su capacitación. Faltan datos objetivos y más estudios específicos, aunque sí se comprueba que persiste la escasez de docentes formados adecuadamente: por ejemplo, en 2012, en un tercio de los países, menos de un 75% de los maestros de primaria tenían formación.
Sorprende enormemente la poca valoración del potencial de las nuevas tecnologías para extender la educación formal y no formal en todo el mundo, cuando se nos muestran como una palanca de cambio extraordinaria. Las nuevas tecnologías, sin lugar a dudas, van a permitir en los próximos años un avance espectacular en la diseminación de información, de conocimiento y de herramientas de formación, aunque con claros peligros como la calidad de esa información y su aseguramiento por parte de las autoridades públicas.
El informe no analiza el desarrollo de la educación superior en los distintos países. Ello es así debido a que la educación superior no fue priorizada en Dakar como una etapa a impulsar. En este campo, los organismos internacionales deberían reconocer el rol estratégico creciente que juega la educación superior para generar sociedades más desarrolladas, más democráticas y con mayor calidad de vida, y no circunscribir los objetivos educativos globales en las etapas primaria y secundaria.
Finalmente, una conclusión que parece obvia pero no por ello menos importante: si bien las medidas técnicas son útiles, el impulso político es el factor más determinante a la hora de ejecutar proyectos de extensión de la educación en la sociedad. Por ello, las políticas públicas de los gobiernos en materia educativa son determinantes.
http://elpais.com/elpais/2015/07/08/planeta_futuro/1436370607_383592.html